«Existir tan plenamente como el mundo espera y aun así permanecer ausente por dentro».

Sara Jiménez
3 min readApr 5, 2024

Hace unos meses me enamoré profundamente de los libros de Peter Orner, por eso cuando leí sus palabra sobre el libro de Li («el trabajo de Yiyun Li es fundamental para mí») me invadió la obsesión por leerlo: si es fundamental para ti, Orner, también lo es para mí.

Una de las cosas que más me gustó de los libros de Orner es el humor -a veces sutil, otras no tanto- que está presente en “¿Hay alguien ahí?”. Quizá esperaba algo similar en el libro de Yiyun Li pero desde luego rápidamente sales del error.

Hay un vacío en mí. Ni todas las cosas del mundo alcanzan para ahogar la voz de ese vacío que dice: No eres nada.

Ese vacío no reclama el pasado porque el pasado siempre está aquí. No tiene que reclamar el futuro porque lo bloquea. Es un dictador o el amigo más cercano que he tenido.

Como si fueran extractos de su diario, aquí Yiyun Li habla sobre su vida con depresión, sobre sus ingresos en instituciones médicas, sobre su enfrentamiento constante consigo misma. Pero también dedica el resto del libro a discutir sobre la literatura, la escritura, hablar de los libros que la acompañan, sobre la elección consciente de abandonar la lengua propia por otra, sobre la imposibilidad de escribir sobre aquello que siempre está presente.

Es una ilusión que escribir, como leer, nos da libertad. Más tarde o más temprano la gente viene con sus expectativas: algunos demandan lealtad; otros, volverse inmortales como personajes. Solo los nombres en los epitafios guardan silencio.

En lo que sí se parecen Orner y Li es en cómo entienden y trabajan la escritura: hay en ellos un posicionamiento distinto frente al texto que leen y escriben, despojado de la idea solemne y grave que solemos tener.

Escritor y lector nunca deberían poder conocerse. Viven en marcos temporales diferente. Cuando un libro cobra vida para el lector, ya está muerto para el escritor.

Me he sentido incómoda leyendo a Li, sintiendo que estaba inmiscuyéndome en un diario privado que no debería ser leído. Me incomoda meterme en el sufrimiento de una persona y no de un personaje, me incomoda encontrar las palabras que a veces definen los pensamientos de una misma, me incomoda asistir al sufrimiento tan grave de alguien, a los pasajes de su infancia tan dolorosos y perturbadores.

Como yo no tenía el lenguaje exacto para la desolación que sentía, me devoré sus palabras como un veneno que aplacaba la sed. ¿Es posible ser rehén de las palabras de otro? Esto es lo que subrayé y releí. ¿Son sus pensamientos o los míos?

Y, sin embargo, a pesar de lo triste y lo angustiante de este libro, me parece luminosa la manera en la que habla con los libros, en cómo te ofrece sus lecturas, sus pensamientos sobre las obras, sobre los autores que lee y también en cómo aborda sus miedos, su vacío y su tristeza.

Una escalera ya no es lo que busco. Más bien quiero poder decirme a mí misma algún día: Querida amiga, esto es lo que tan pacientemente hemos esperado.

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